dijous, 2 d’octubre del 2008

Envidias al Roquefort por Risto Mejide

Fue una suerte encontrarlo por casualidad...Me encantó este artículo, por eso lo publico, espero que os deleite tanto como a mí .


Envidias al roquefort.


Te envidio mucho. Lo sé. Aún no te conozco de nada, pero seguro que si lo hiciera, en un momento u otro acabaría envidiando algo de ti. De eso puedes estar seguro, o segura si, además de mujer, eres sensible a tanta política sintáctica. Puedes estar convencido de eso, y de que te lo espetaría tal cual. Sin ninguna vergüenza, sin ningún tapujo. Te dedicaría mi mejor sonrisa y te diría a la cara pues eso, que te envidio, que te envidio mucho.Algunos ya están esperando a que lo matice añadiendo envidia sana. Pues que esperen sentaos. Porque no creo en la envidia insana. Lo que puede llegar a ser insano son los actos que uno emprenda tras sentir envidia. Ahí ya no me meto, porque ahí cada cual. O incluso, si me apuras, ser incapaz de reconocerla. Pero sentir envidia siempre está bien. Qué coño, muy bien.Confundimos términos. Nos pasa porque no llevamos el diccionario de la Real Academia instalado en el culo. Pero si lo llevásemos, sabríamos de un pedo que la envidia nada tiene que ver con la codicia, avaricia o ambición. Codicia, afán excesivo de riquezas. El exceso, siempre ese exceso que, como ya dijo el maestro, cuando no muere, mata, y excesos que matan, nunca mueren. Sí, eran amores, pero si para ti aún no son lo mismo, sigue buscando, hay miles de premios.Avaricia, afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas. El desorden, puñetero desorden que sólo es bonito cuando resulta ser el de tu nombre, y lo escribe un tal Millás. Y luego está la ambición, deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama. Aquí ya nos concretan hasta cuatro objetivos, y de nuevo un grado ardiente que, incluso cuando lleva agua, es peleón. La envidia es diferente. Querer lo que tiene el otro, lo que siente el otro, lo que disfruta el otro, y hacerlo sin necesidad de quitárselo. Suele ser un yo también, antes que un tú ya no. Y aunque sea la tristeza o pesar del bien ajeno, aunque sea un por qué a mí no. Es, como todo deseo, un tipo de amor. Una necesidad de mejora. Un afán de ir a más, o simplemente a diferente. Y ya me dirás, qué hay de malo en querer algo distinto sólo porque se lo has visto al prójimo. Qué hay de sucio en soñar de prestado sólo por haber llegado después. No en vano ha supuesto uno de los más potentes motores de la historia, en las artes, en la política, en la ciencia, en el amor. Gracias a la envidia se han financiado expediciones, subvencionado telescopios y se han dedicado decenas de genios a su labor. Pero si la envidia es la madre biológica del adulterio, qué te voy a contar a ti.Hay que envidiarse más. Creo que aún nos envidiamos poco. Envidiar es sano, humano y puede generar externalidades muy positivas. Y hay que estar muy orgulloso de reconocerlo. Siempre desconfío del que dice no envidiar a nadie. O miente descaradamente o no conoce a suficiente gente. Si no envidia no es por salud mental, sino por incultura o –peor aún- desinformación.Pero si hay algo mejor que envidiar, es provocarla. Los jefes hacen que sus empleados envidien su condición, y en realidad lo hacen por su bien, para que se esfuercen por prosperar en la empresa. Los libres se la provocan a los que no lo son, o a los que pueden dejar de serlo, para que jamás pierdan tanta prerrogativa. Y así sucesivamente entre jodidos y jodientes, entre paridos y parientes, entre cualquier hombre… entre cualquier hombre y el cabronazo de George Clooney.